Sería perfectamente comprensible que los inversores fruncieran el ceño ante un gestor de renta fija que proclamase que los rendimientos han tocado techo. El año pasado por estas fechas, el bono del Tesoro de EE. UU. a 10 años acababa de descender más de un 0,5% después de tocar el 4% en octubre y la deuda corporativa parecía más atractiva que en ningún otro momento desde 2009. Se daba por seguro que la recesión llegaría en 2023.

Actualmente, el bono a 10 años ha vuelto a caer más de un 0,5% después de llegar al 5% en octubre, la deuda corporativa sigue rentando más que en toda la década anterior y se pronostica una recesión. Los mercados de renta fija descuentan tres recortes de tipos en 2024. Entiendo perfectamente el escepticismo de los lectores que se pregunten qué ha cambiado esta vez.

Señalaría que nos encontramos en un momento diferente, a pesar de que el patrón resulte familiar. La inflación está dando un respiro a los bancos centrales y tendría que producirse una crisis para que los tipos de referencia subieran mucho más. De hecho, aunque la pregunta sobre la volatilidad de los títulos del Tesoro de EE. UU. el año pasado era dónde tocarían techo los tipos, este año ha girado en torno a cuánto tiempo se mantendrán en los niveles actuales. Así pues, hemos avanzado.

La historia sugiere que la deuda corporativa obtiene sus rentabilidades totales más sólidas en términos absolutos a partir de estos niveles y, comparada con la renta variable, es atractiva. El mercado de bonos High Yield se mueve por encima de la rentabilidad por beneficios prevista a 12 meses de la renta variable, hasta un punto que generalmente solo vemos en periodos de tensiones.

Claramente, el miedo que está poniendo freno a los flujos de inversión en esta clase de activos es el riesgo de recesión y la historia está del lado de los bajistas: los aterrizajes suaves son tan inusuales como un burro que vuela. El guión típico de debilidad en el sector manufacturero, presiones en la vivienda, desaceleración del consumo y destrucción de empleo sigue intacto, pero está tomándose su tiempo. También es cierto que los datos de crecimiento y empleo marchan bien por ahora y el gasto público está impulsando el consumo en un grado que pocas veces se ha visto en periodos de paz. ¿Cuánto puede durar eso?

Donde somos más optimistas que otros es en la dinámica de la oferta. Aunque es cierto que los déficits son enormes y que la demanda del extranjero está disminuyendo, existen enormes conjuntos de activos institucionales y minoristas que están poco expuestos a deuda pública desde una óptica histórica y están aparcados tanto en renta variable como en liquidez. El potencial para que las compras tiren a la baja de los rendimientos es muy grande, como hemos empezado a ver durante las últimas semanas.

Usar la recesión como excusa para aplazar una inversión es entendible, pero una mala idea. El peor error que comete el inversor tipo no es llegar a la fiesta pronto y aguantar una conversación incómoda con el anfitrión; es llegar tarde, cuando ya se ha terminado el primer plato y la mitad de los invitados están a otra cosa. Acertar con los tiempos del mercado no es fácil. Aquí van tres ideas:

1)  Asegurarse rendimientos ahora, pero evitar a toda costa los impagos.

Gran parte del mercado de bonos High Yield ofrece rendimientos de doble dígito actualmente. La recesión no se ha descontado de forma homogénea. Aunque existen empresas que no podrían existir si tuvieran que refinanciar su deuda hoy, también existen empresas donde la asunción de riesgo está bien retribuida. Acertar con el análisis crediticio lo es todo.

Aunque en 2022 y 2023 lo que se oía en la renta fija era que la deuda pública no diversificaba el riesgo crediticio, pensamos que esa situación se invierte en un entorno de recesión: actualmente, se obtiene una remuneración adecuada por una cobertura contra la recesión. La combinación de rendimientos elevados y duración es atractiva, en nuestra opinión.

2)  Comprar mercados emergentes, pero con cabeza

Los rendimientos de la deuda emergente son atractivos, pero tiene sentido mitigar también el posible riesgo de una desaceleración mundial. Los bancos centrales de los países emergentes hicieron un trabajo mucho mejor con la inflación que sus homólogos desarrollados. Algunos países tienen tipos reales muy elevados, con tipos básicos muy por encima de la inflación. Algunos países tienen más margen para proteger su economía que otros mediante los recortes de tipos.

Nos sigue gustando la deuda corporativa, sobre todo la exposición al crecimiento emergente, como en telecomunicaciones, servicios públicos y bancos. Existe un alto rendimiento en empresas sólidas o países que se benefician de temáticas internacionales, como la repatriación de industrias cerca de las fronteras nacionales. La clave es recordar que los países emergentes gozan de mucha mejor salud, con más deuda en moneda nacional y una base de activos nacionales más fuerte que hace 20 años.

3)  No olvidar los activos alternativos

El hilo conductor de los dos últimos años fue que no había donde refugiarse cuando la deuda corporativa sufría porque los tipos de interés también subían. Los inversores se apresuraron a reinvertir en fondos de retorno absoluto, después de haberse olvidado de que los necesitaban durante el largo mercado alcista en los bonos. En estos momentos, los inversores están volviendo la vista a la duración como elemento diversificador, con acierto, en mi opinión, pero querría advertir de que no conviene cometer el mismo error otra vez: por razones estructurales, la volatilidad de los tipos de interés probablemente se mantenga en cotas elevadas. Un fondo de retorno absoluto adecuado y auténtico (cuidado con los que recurren a la deuda corporativa para obtener rentabilidades) es algo que creo que debería formar parte de una cartera de renta fija correctamente diversificada.

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